¿De dónde salió el fujimorismo?
«Lo estudiarán en la historia, cómo fue posible que un partido que nació de la cloaca llegó a presidir comisiones anticorrupción». De esta manera se refirió al fujimorismo el presidente Ollanta Humala en unas recientes declaraciones. De pésimo gusto que el presidente se refiera así a un partido que forma parte del sistema político actual.
En todo caso, si el fujimorismo se ha convertido en una opción de gobierno se debe a la continuidad neoliberal que prevalece en nuestra política y a que la mayoría de los otros partidos le cedieron el paso sin tomar la distancia sanitaria correspondiente sobre lo que sucedió en la década de 1990.
Pero aprovechemos esta oportunidad para recordar cómo nace el partido de Alberto Fujimori, más allá de los diferentes nombres que ha usado en distintas ocasiones.
El fujimorismo es hijo del autogolpe de Estado del 5 de abril de 1992 que encabezaron Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, con el cual se rompió el orden constitucional y se instauró un régimen dictatorial durante ocho años que nos llevó a una regresión económica y política cuyas consecuencias pagamos hasta el día de hoy. Con ello también se implantó también un modelo económico neoliberal mafioso, donde buena parte de las ganancias de los grandes negocios no son fruto de la competitividad de los factores de producción, sino por las relaciones con el poder de turno.
Las reiteradas justificaciones a favor del golpe del fujimorismo, en realidad fujimontesinismo, son falsas. Ni se produjo para acabar con el terrorismo -el cual ya estaba prácticamente derrotado cuando se produjo el golpe- ni se necesitaba para aprobar las reformas neoliberales que ya habían sido aprobadas por el congreso democrático. Todo lo contrario, lo que se buscaba era el control del Estado para convertirlo en una maquinaria criminal.
Prueba máxima es que sus principales líderes, Fujimori y Montesinos, han sido juzgados y condenados por ladrones y asesinos. La reacción del fujimontesinismo respecto a los calificativos de Humala ha sido hepática, lo que demuestra que se les toca una fibra muy honda y un problema sin resolver, por lo que no tienen mayores argumentos de defensa.
Para sobrevivir en la vida política, el fujimontesinismo ha tenido dos estrategias. Primero, separar a Alberto Fujimori de Vladimiro Montesinos. Reiteradamente se ha planteado la distinción entre los “los errores de Fujimori” y el “delincuente Montesinos”, intentado reescribir la historia de los “siameses” Fujimori y Montesinos, como en algún momento los llamó el fallecido ex Alcalde de Lima, Alberto Andrade.
El juicio realizado contra Alberto Fujimori demostró que Andrade sí tenía razón, pues quedó comprobado que Fujimori y Montesinos dirigieron un aparato de poder corrupto y mafioso. Es más, quedó demostrado que sin la habilidad perversa de Montesinos poco podría haber hecho Fujimori.
Segundo, se ha intentado separar a Keiko Fujimori de su padre, olvidando que su imagen se ha venido alimentando de los saldos “positivos” que se le adjudican a Alberto Fujimori. ¿Acaso no ha sido sacar a su máximo líder de prisión el único punto claro en la agenda del fujimorismo? Además, Keiko Fujimori hasta el día de hoy no explica de dónde sacó su padre la plata, más de un millón de dólares según la Contraloría General de la República, que costó su educación universitaria y la de sus hermanos Sachi, Hiro y Kenji en los Estados Unidos.
Por último, tampoco da razón de sus tías Rosa y Juana Fujimori, prófugas de la justicia peruana y buscadas por tropelías cometidas durante la dictadura de los noventas.
Todo lo descrito nos deja una lección bastante clara: el fujimontesinismo ha sido el régimen más perverso de nuestra historia. Hoy que Keiko Fujimori querrá volver a tentar la presidencia y es necesario hacer memoria sobre el sustrato de este grupo político, el cual sigue sin reconocer los delitos que se cometieron en la década de 1990 y, por ello, es incapaz de abrir un camino hacia la democratización de la política en el Perú.
Otra Mirada
Foto Andina