¿Por qué sigue teniendo apoyo el ex presidente Pedro Castillo?

DW
En las protestas que se vienen desatando en las últimas semanas, existen varias demandas sociales y políticas como el adelanto de elecciones, el cambio de Constitución, el cierre del Congreso y la excarcelación de Pedro Castillo. Sobre este último punto, mucha gente se pregunta: ¿por qué Castillo terminó su gobierno con un 26% que piensa que su gobierno fue bueno o muy bueno? a pesar de las acusaciones penales y su pobre desempeño en el Gobierno?
¿Por qué tanta gente defiende a un supuesto corrupto y un personaje improvisado que ocupó el puesto más alto de la política peruana? ¿Acaso Castillo no adoleció de la misma enfermedad moral que tuvieron los últimos presidentes: la corrupción? En estas líneas trataremos de entender –estemos de acuerdo o no– las afinidades y lo que representa Pedro Castillo para aquel sector de la población que aún le brinda su apoyo.
Es muy probable que Castillo sea condenado por alguno de los delitos que se le acusa, sin embargo, los actos de corrupción son prácticas que en el país se han normalizado y legitimado entre los líderes políticos. Toda práctica política parece venir acompañada irremediablemente con la corrupción; parece ser la otra cara de la moneda. En ese sentido, Castillo no es muy diferentes a expresidentes y políticos que gozan de cierta popularidad, incluso con delitos comprobados.
Si la respuesta no está en sus acciones políticas, sus capacidades de liderazgo, en su carisma ni en sus políticas sociales, entonces busquemos respuestas en lo que él representa para un sector de la población: un hombre de familia que se trasladó de la sierra a la ciudad capital en busca de soluciones, a ser reconocido como sujeto político para encontrar en el Estado alguna respuesta a sus problemas.
Desde la campaña presidencial a fines del 2020, el profesor y sindicalista Pedro Castillo lanzaba discursos populistas y contra las élites, denunciando que hacen de la política una estrategia para mantener e incrementar sus propios peculios. Este discurso caló en un sector de la población que no se sentía representado por las minorías privilegiadas de la política nacional; por el contrario, un amargo sabor de olvido y falta de proyectos nacionales se han postergado desde hace varias décadas y se culpabiliza a la élite política. Castillo representaba la oposición, la rebeldía y la indignación frente a esta forma de conducir la política de espaldas a la población; además representaba la voz y la esperanza de algún cambio.
Castillo también representa la auto superación –con sus claras limitaciones– al margen del Estado, un profesional que se tituló en la universidad privada César Vallejo, una opción de movilidad social para las clases populares emergentes. No nació en el seno de una familia acomodada, sino que desde niño aprendió a trabajar en el campo y su deseo –y necesidad– de progreso lo llevó a formarse como docente, como profesional. Tuvo problemas para comunicarse debido a su oratoria bastante pobre y las influencias del quechua, rasgos que representan un estigma o una huella relacionada a las clases más pobres del país.
En la esfera política no basta con estas credenciales; los rituales de paso y el habitus son importantes. No obstante, Castillo se saltó todos estos procedimientos de integración política. No se moldeó ni fue aceptado por la élite, lo desdeñaron en varias ocasiones como sujeto político tanto por su discurso contra las élites, su posición política de “izquierda”, sus raíces andinas y su evidente falta de preparación. Asimismo, para muchas personas, nunca lo dejaron gobernar, lo tuvieron contra la espada y la pared, y, por el contrario, fue vapuleado y minimizado por una gran fuerza congresal que contaba con menos aprobación que él, por una oposición que viene protagonizando la crisis política de los últimos seis años en el Perú.
A pesar de su evidente falta de liderazgo nacional, Castillo no perdió contacto con varias organizaciones sociales como el gremio de maestros, ronderos y campesinos. Esta manera de hacer política directa lo llevó a acercar el Estado a las bases, a los excluidos, a los olvidados. En términos políticos, llevó a la práctica una democracia directa al abrirles las puertas de palacio y del poder a las organizaciones sociales, a esos ciudadanos –mal llamados– de “segunda categoría” históricamente olvidados por el gobierno central.
De esta manera, apresar a Castillo significa para un sector de la población romper con esta relación de pertenencia, es decir, desconocer –en un contexto que de por sí cuenta con bajos índices de cultura democrática– la decisión de la población que, para bien o para mal, lo eligió a través de su voto. Esta jugada política cuesta el vacío de representación de este sector de la población que se ve desplazado de las esferas del poder, ya sea porque se cortó el diálogo directo que mantuvo el expresidente con varias organizaciones sociales o el no reconocimiento de su voto.
Finalmente, destituir a Castillo es para muchas personas la negativa de integrar a un ciudadano común a las esferas del poder y no reconocerlo como su semejante, sino como alguien ajeno, como un personaje que no forma parte del guion, sino un sujeto improvisado, al que no se le reconoce el derecho de participar en política al más alto nivel si no adquiere el habitus y discurso de la élite política. En ese sentido, destituirlo y encarcelarlo podría representar una manera de evangelizar con el ejemplo o a través de un chivo expiatorio sobre lo que podría sucederle a algún otro sujeto que no sea aceptado por los círculos de poder.
Por lo tanto, la población que aún tiene simpatía y brinda apoyo al expresidente Castillo actúa de esta manera no solo por sus acciones en el gobierno que –como se mencionó anteriormente– es muy criticable, sino por lo que representa como uno de los rostros de la nación, como un sujeto político que buscó respuestas en el Estado, pero que finalmente es expectorado por este.
George Matienzo Vidal – Seguridad Ciudadana – IDL