El incalculable valor de una madre
Siempre he escuchado decir que la ausencia es necesaria para valorar la presencia. Precisamente, este mes de mayo, cuando celebramos el Día de la Madre, muchos al igual que yo, levantaremos la mirada al cielo y sonreiremos, sabiendo que tenemos un gran ángel en el cielo que nos cuida y nos guía. Por supuesto que no podremos dejar de sentir nostalgia y pena por no tenerla más con nosotros; pero, lo bueno y bello es que la tuvimos, poco o mucho tiempo, y pudimos, gracias a ella, llegar a ser lo que somos; y, además, representamos su legado a la vida.
Otros, tal vez nunca la tuvieron a su lado, por diversas situaciones de la vida, pero seguro que Dios le envió a alguien: una hermana, tía o abuela, o alguna otra mujer que dedicó tiempo a educarlos, alimentarlos y enseñarles a ser personas de bien.
Estoy seguro de que todos nosotros, de alguna u otra manera, pudimos gozar, o aún lo seguimos haciendo, del incalculable amor, valor y presencia magnánima de una madre; ese ser tantas veces olvidado, maltratado, atacado, verbal o físicamente por algunos malagradecidos o que no están en gracia de Dios, tal como lo demuestran las cifras de feminicidios, y más, en nuestro país.
Gracias a Dios, la gran mayoría de ciudadanos valoramos, respetamos y amamos a ese ser que da todo de sí y de su tiempo, que deja de comer por alimentarnos, si estamos con hambre; que nunca desmaya ni deja de preocuparse por nosotros, aunque seamos ya mayores de edad, ya no vivamos con ella o estemos casados y con hijos.
Homenaje aparte merecen aquellas madres que son cabeza de familia, quienes crían, educan, mantienen y sacan adelante a sus hijos, solas, sin la ayuda, soporte ni presencia de un compañero. Por experiencia propia, vivida con mi madre que en paz descansa, se trata de madres guerreras, madres a todo pulmón, dotadas de un inmenso e inigualable amor, que solo tienen vida para los que dependen de ella incluyendo, en algunos casos, hasta los nietos a quienes les dan todo lo brindado a sus hijos, pero mejorado y aumentado.
Ningún homenaje, poema, canción, discurso, canasta ni regalo pueden simbolizar el invalorable amor, entrega y valor que representa una madre y toda su labor desempeñada, sin sueldo, vacaciones, aguinaldos ni otras cosas más que todas ellas merecen.
Engriamos a nuestras madres en vida. Hagámosles saber, sentir y vivir todo el amor que tenemos por ellas. Démosles sus gustos y satisfagamos sus deseos, tal como lo escribió la poetisa mexicana Ana María Rabatté: “en vida hermano, en vida”.
Jaime Ancajima – Universidad de Piura