La dictadura en las aulas
La educación es política. DEBE serlo. Quien te dice que la educación no es política, miente. O, en su versión maquiavélica, busca que creas que es posible educar sin política para disfrazar su propia ideología. ¿Por qué? Porque cuando se educa, se educa a ciudadanos y ciudadanas no a robots técnicos que distingan solo el nombre de los colores, sepan sumar y restar o leer y escribir. En las aulas no se imparte conocimiento técnico únicamente. Se imparte CONOCIMIENTO (en mayúsculas) y, por lo mismo, valores y principios.
Cada vez que una maestra enseña a sus alumnos y alumnas a compartir, está enseñando un valor político. Cada vez que un niño aprende a no maltratar a un compañero, está aprendiendo y haciendo política. Cada vez que se enseña que todos y todas las alumnas son iguales y tienen el mismo derecho a levantar la mano y expresar su opinión, se está educando políticamente. Cada vez que tras una falta se manda a quien la cometa a enmendarla, se le está dando una lección política. Y esa lección por supuesto que es ideológica.
Se puede educar -como de hecho ocurre en algunos mal-llamados colegios o universidades- diciendo que no existen las injusticias sociales, asumiendo la falsedad de que todos y todas partimos de las mismas circunstancias y, por tanto, que la «meritocracia» existe y que tu éxito se basa en cuánto te esfuerzas independientemente de las condiciones en que naciste, creciste y viviste.
Esta gran mentira es profundamente ideológica y se basan en ella muchas universidades empresa al igual que muchas universidades bamba, pero también colegios privados que, curiosamente, son aquellos donde estudian las élites peruanas. Como vemos, pagar más por un colegio no garantiza mejor educación. En este caso sólo garantiza una mentira más elaborada vuelta dogma y principio compartido entre unos cuantos.
Pero también se puede educar de manera distinta. Educar desde el entendimiento de la importancia de la colectividad en el bienestar individual enseñando que el «sálvese quien pueda» no es una vía justa de desarrollo. Se puede educar en valores democráticos donde la pluralidad de opiniones se respete y también se respete lo que vota la mayoría, desde la elección de un delegado de aula hasta el destino de la fiesta de promoción.
Se puede educar desde el ejercicio cotidiano de la igualdad entre mujeres y hombres, pero también con los colectivos que son injustamente vulnerables como el LGTBIQ o las y los cuerpos racializados que son ya víctima de racismo institucional en otras instancias desde los medios de comunicación hasta el poder político. Claro que necesitamos política en nuestras aulas y claro que necesitamos a maestros y maestras que eduquen en esos valores que, por supuesto, son ideológicos.
Lo que busca Dina Boluarte con su última amenaza a los y las maestras demócratas, no es «desideologizar» las aulas como tramposamente dice. Lo que busca es censurar una educación en valores democráticos. No le molesta sólo que le digan asesina (una verdad), sino que se eduque a ciudadanos y ciudadanas que mañana sabrán criticarla y levantarse contra abusos. No le molesta que exista la política en cada aula del país, sino que no sea una política que sólo ELLA controle. No le gusta que su ideología fascista, represiva, autoritaria, discriminadora y, en suma, antidemocrática, no sea la única. Quiere instalar su propio credo.
Esto no es casual. Las dictaduras siempre buscan tocar la educación con excusas como las de Boluarte. Lo hacen porque saben que una ciudadanía crítica, educada en la tolerancia, pero también consciente de las luchas populares como vía de garantizar derechos y generar cambios, garantiza que no puedan perdurar. Y por eso los y las maestras son tan importantes. Cuando a un maestro se le pide agachar la cabeza frente a los abusos, se le aplaude por callar sobre la realidad nacional del país en que enseña, o se le pide que eduque «sin ideología», se le está pidiendo que renuncie a enseñar. Que renuncie a su labor. Que dimita de facto, aunque siga yendo al aula.
No hay mejor educación que la que te enseña a abrazar a tu pueblo cuando es víctima de los abusos en lugar de darle la espalda y callarte la boca cuando los matan frente a ti. No hay mejores maestros que aquellos que nos educan para los verdaderos exámenes. Esos que no te preguntan por el binomio cuadrado perfecto o la tabla de multiplicar únicamente, sino que están allá afuera, en la experiencia de vida, cuando te enfrentas a una situación de injusticia y tienes que decidir si ser cómplice de quien oprime o si ser solidario y justo. No necesitamos maestros apolíticos. Necesitamos, más que nunca, maestros demócratas. Y los y las maestras demócratas hoy cantan «esta democracia ya no es democracia». Porque un maestro tiene el deber de decir la verdad y de educar enseñándonos a tener la valentía de decirla fuerte y claro.
Laura Arroyo – Otra Mirada.