Cuando la renuncia es un deber por dignidad y decoro

Imagen: Diario Nacional Realidad
En mis cuarenta años de ejercicio periodístico desde 1982, poquísimas veces he apreciado en políticos y autoridades regionales y nacionales, comportamientos ejemplares ante la sociedad a quienes todos nos debemos. Es frecuente y común, observar que haya políticos cuestionados, acusados e incluso sentenciados, que nunca aceptan ninguna responsabilidad. Generalmente, cuando son procesados y sentenciados judicialmente, sostienen que son objeto de “cacería de brujas o persecuciones políticas y judiciales”, pero jamás admiten un mínimo de responsabilidad o culpabilidad. No efectúan un mínimo de autocrítica personal, ni de su gestión, lo que los desdibuja ante la opinión pública.
Por eso, son excepciones a la regla los casos que la historia republicana del Perú ha registrado, donde pocos políticos aceptaron su responsabilidad. La mayoría de políticos tienen piel de “cocodrilo” donde las críticas o los cuestionamientos, “les resbalan”, pero son poquísimos, los que asumen responsabilidad personal y funcional, y actúan con decoro y dignidad, tanto en la función pública como privada, renunciando a su cargo ejemplarmente.
La falta de responsabilidad en la función pública o privada y el aprovechamiento de cargos, es una de las tantas taras sociales que arrastramos desde que nacimos como Estado en 1821. Todo lo contrario, a otras sociedades donde el deshonor es un mal que las personas que han ejercido una función, lo auto reconocen y toman medidas radicales, porque son conscientes que han traicionado sus costumbres y tradiciones y no son ejemplos a imitar en sus sociedades. El ejemplo más claro en el mundo es la cultura japonesa con el harakiri.
El harakiri es un término japonés utilizado para definir una especie de ritual de suicidio, el cual consistía en el destripamiento. Esta práctica era muy frecuente entre los samuráis, quienes preferían morir por sus propias manos antes que vivir una vida deshonrada. Sin embargo, originalmente este ritual era únicamente para los nobles, luego fue extendida a todas las clases sociales.
La palabra harakiri no era utilizada con frecuencia, ya que en Japón este vocablo era considerado vulgar. La palabra correcta para definir a esta ceremonia era “seppuku”. Harakiri significa “corte del vientre” y era una ceremonia que se inició en el Japón Feudal, cuando era ejercido por los samuráis y los guerreros nobles, para así evitar el deshonor de ser capturados y torturados por sus enemigos. Luego con el tiempo esta práctica se convirtió en un medio de ejecución, mediante el cual el emperador le enviaba un mensaje a cualquier noble, comunicándole que su muerte era necesaria para el bien del imperio. Por eso, para los japoneses el deshonor era un “pecado social” ya que se consideraban indignos de seguir viviendo porque no eran un ejemplo para sus pueblos y sus familias.
Quienes son políticos o ejercen cargos en la gestión pública o privada, tienen que entender que la dignidad personal y honor profesional, son los mayores legados que dejarán a sus hijos y familiares cuando ejercen una función. De nada sirve lograr un patrimonio producto de actos ilícitos conseguidos por la corrupción en la función pública o privada porque tarde que temprano la justicia o su conciencia los perseguirá a quienes abusaron de sus funciones o atribuciones que les confiaron quienes le delegaron autoridad. Cuando una persona tiene principios y valores que les fueron inculcados en su hogar y se consolidó en las escuelas, estas serán inalterables en cualquier momento de sus vidas, aunque tengan tentaciones múltiples.
Lo anteriormente reseñado, tiene que ver con la renuncia del ministro del interior, Avelino Guillen a su cargo, ante el presidente Castillo. Es una excepción a la regla común cuando la mayoría se aferra a sus cargos. Con seguridad, una de las pocas que dignifica la función pública, tan menospreciada y vilipendiada desde que retornamos a la democracia desde 1980. Casi todos los expresidentes desde la década del ochenta del siglo XX hasta el presente siglo XXI, salvo Fernando Belaunde, terminaron siendo procesados y sentenciados por el poder judicial en múltiples actos de corrupción para vergüenza de los peruanos. Mejor no enumeramos a estos impresentables que despacharon en palacio de gobierno que pasaran a la historia republicana como los más nefastos gobernantes.
Ni hablar de los funcionarios privados, que también se corrompieron lo que se demostró en la mega corrupción del Caso Odebrecht, cuando decenas de poderosos empresarios privados y algunos funcionarios públicos, estuvieron coludidos con el dinero sucio de la corrupción.
Avelino Guillen no se ha atrincherado a su cargo por interés, sino que se aleja de él por dignidad profesional y decoro personal, algo que la historia recordará ante tantos ex ministros que se entornillaron en el poder ejecutivo. Todo parece indicar que Guillen, renunció por la indecisión de Castillo para zanjar el enfrentamiento con el comandante general de la policía nacional, quien se insubordinó al ministro del interior en el pase al retiro de varios jefes oficiales de la institución policial, lo que traerá cola y agravará la crisis política en el poder ejecutivo, del cual no se da cuenta el ingenuo, desconfiado y vacilante Jefe de Estado.
Aunque estaba pendiente una moción de interpelación por diversos temas contra Guillen en el Congreso por parte de la extrema derecha parlamentaria que utiliza el primer poder del Estado para prolongar un golpe con diversas excusas, ninguno de los cuestionamientos contra el ex ministro del interior, se refiere a la corrupción ni remotamente. Decíamos que la renuncia de Guillen es una excepción a la regla en la política peruana en los 42 años de democracia interrumpida desde 1980 hasta el 2022.
Podría afirmarse entonces que la renuncia del ex ministro es por acción y no por omisión. Es decir, quiso poner orden en la institución policial, rescatar a los mejores oficiales en cargos de dirección y se respete la jerarquía de mandos. Pero, encontró insubordinación en el jefe de la policía nacional. Pero lo peor, indecisión, impericia, inacción en el mandatario nacional para resolver una crisis que tenía la obligación de definir, lo que ahora le pasará factura política la extrema derecha parlamentaria porque siguen con la sangre en el ojo por haber perdido las elecciones 2021, ya que no aceptan que un profesor y campesino sea el Jefe de Estado. Es decir, Guillen se sintió sin piso ni respaldo por lo que no podía permitir que su trayectoria profesional sea manchada ni cuestionada por asuntos políticos.
Históricamente, recuerdo solo dos casos parecidos, aunque diferentes de ex ministros que prefirieron renunciar por responsabilidad política al cargo, antes que pasar por la vergonzosa censura y destitución por el parlamento. Entre ellos, en 1981, con José María De la Jara y Ureta, periodista y político y Ministro del Interior del segundo gobierno de Fernando Belaunde. De La Jara y Ureta, renunció a su cargo, asumió su responsabilidad política por la muerte del joven aprista cusqueño Marco Antonio Ayerbe Flores, producto de la represión policial en la Plaza de Armas de Cuzco, pese a que el Ministro no ordenó a las fuerzas políticas el acto luctuoso. Pero, una sola víctima bastó para que De la Jara se fuera a su casa, sin necesidad de que el Congreso se lo pida. Renunció por decoro político y dignidad personal
Otro caso se dio en 1989, cuando Armando Villanueva del Campo, histórico líder del APRA, dejó el Ministerio del Interior con frustración y cansancio luego del asesinato del congresista Li Ormeño por parte de Sendero Luminoso, el virus político que asoló nuestro país en esa década. Villanueva no lo mató ni lo dejó matar al congresista, pero su frustración política por no evitar esa muerte lo llevó a apartarse del cargo y renunció por decoro político y dignidad personal.
La vida en múltiples ocasiones nos pone a pruebas y cuando estamos ante estos problemas debemos tomar decisiones, pero estas deben estar enmarcadas siempre en nuestros principios y valores que nos inculcaron en nuestra familia. Entre ellas, el decoro y la dignidad, para legar a nuestros hijos y nietos un buen ejemplo que ellos tienen que seguir y mantener incólumes nuestros apellidos y trayectoria ante la sociedad ante quienes todos nos debemos.
Hugo Amanque Chaiña – Periodista y Abogado