El racismo, un peligro para la convivencia sana

Se atribuye al colonialismo europeo el origen del racismo. En su virulenta expansión global, estos imperios occidentales construyeron narrativas que legitimaban su situación como poseedores de los privilegios y la administración de las vidas. Por ello imaginaron al otro, al que había que someter, como un objeto. Así, les atribuían a las colonizadas características defectivas que servían, a la vez, para contrastarlas con sus supuestas virtudes eurocéntricas. Plantearon la antinomia de civilización o barbarie. Ellos encarnarían lo civilizado. Esta apropiación astuta de las imaginadas virtudes de la humanidad la expandieron en su instalación cultural y política en las regiones avasalladas.
Entonces, en esa estrategia de subordinación, definieron que había razas. O sea, grupos humanos diferenciados. Que existía algo así como grupos superiores a otros de manera intrínseca. Construyeron un relato que justificaba la supuesta supremacía esencial por el color de piel, el manejo de la lengua imperial o de los lugares donde habitaban. De ese modo, fraguaron ese peligroso mecanismo de exclusión social y uno de los grandes nudos de supresión.
Es que el racismo es un arma de control social que tiene como objetivo neutralizar hasta la inmovilidad a los sectores que son subyugados. Con ello, impedirles el acceso y manejo de la administración política. Como dispositivo de sujeción, traza un conjunto sistemático de acciones para configurar un orden social y una jerarquización del poder de tal magnitud que estas agrupaciones se ven a sí mismas como las dueñas exclusivas de toda legitimidad y verdad.
Por eso la independencia peruana en 1821 se fundó sobre un país fragmentado. No incluyó en su proyecto fundacional a la mayoría de la población andina, afroperuana, mestiza o amazónica. Nació de una Lima virreinal, centralista, heredera de esa visión excluyente en la que la peruanidad no pertenecía a todos aquellos que tenían raíces y lazos con lo ancestral. Un Perú blanco, criollo, letrado, patriarcal, católico, de servidumbre y que despreciaba todo aquello que no se le pareciera.
Es desde ese paradigma racial que combaten toda diferencia, les espanta la heterogeneidad, les aterra la diversidad. En sus tácticas de cosificación, solo apelan a las matrices andinas o mestizas para comercializarla, hacerla exótica, atribuirle un rol ornamental o de ruta turística. Por ello, estos grupos reaccionan encendidamente cuando el grupo históricamente violentado, marginalizado, se atreve a reclamarse como interlocutor válido. Al parecer, solo es concebible para esta mentalidad colonizadora la relación amo-esclavo.
El verdadero peligro para el futuro del país está en ese estereotipo perverso y aniquilador de la igualdad entre los seres humanos. El racismo es uno de los mayores peligros para la convivencia sana y tiene que ser confrontado.
Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofia – Diario El Peruano