El radical ‘Profesor’ antisistema que quiere reinventar Perú:
Castillo, un humilde maestro de escuela, es visto por la mitad de Perú como la antítesis de su corrupta clase política. La otra mitad, sin embargo, teme el auge de la izquierda populista.
Los pobladores de Tacabamba, en la sierra norte de Perú, tienen una opinión clara sobre por qué el vecino más ilustre de su comunidad merece convertirse en el próximo presidente de su país. «Es alguien que no está manchado», dice el humilde maestro de escuela Marcial Vásquez para resumir las virtudes políticas de su amigo y colega Pedro Castillo. Un hombre, lo secundan otros maestros reunidos en la plaza central del pueblo, ajeno al mal endémico de la política peruana: la corrupción. Un candidato limpio. Un hombre sencillo, diametralmente distinto a los representantes de las viejas élites políticas del país. Un ‘antisistema’.
Prácticamente desconocido hace algunos meses, este maestro rural de izquierdista radical apodado el ‘Profesor’ se jugó el domingo 06 de junio la presidencia del país andino, para la que las últimas encuestas apuntaban a una carrera ajustada con la derechista Keiko Fujimori, la heredera de un controvertido clan político rodeado de acusaciones de corrupción.
La irrupción del fenómeno electoral Castillo, ganador de la primera vuelta de forma inesperada en abril, sería posiblemente impensable hoy en muchos países. Pero no en Perú, un país devastado por múltiples escándalos de corrupción cuando llegó la pandemia, que lo ha castigado de forma inclemente. Una reciente investigación ubica a la nación sudamericana como el país con la tasa de mortalidad más alta del mundo, con más de 180.000 muertos entre sus 32 millones de habitantes.
Contra todo pronóstico, Castillo, de 51 años y forjado en las luchas sindicales, logró galvanizar en la primera vuelta el hartazgo de los peruanos con su clase política, un patrón ha aflorado recurrentemente en América, de Venezuela a Estados Unidos, durante los últimos 20 años. Inexperto y a veces torpe en el escenario público, su innegable vocación política —y también una pizca de suerte— le han puesto la presidencia a tiro. Un momento que ni él mismo se podía imaginar hace algunos meses.
Su eslogan electoral ‘No más pobres en un país rico’, apunta de forma certera a una de las deudas históricas del país, la dolorosa desigualdad social pese a las bonanzas económicas de una nación con inmensos recursos mineros y naturales. Pero también destila la promesa exagerada del populismo clásico latinoamericano. Su otro gran lema, ‘Palabra de maestro’, así como el logo de su partido —un lápiz amarillo intenso— destacan su pertenencia a un gremio bien valorado en un mundo de políticos venales y desacreditados. Y recuerda que, si bien ajeno a la política tradicional, ‘el Profesor’ ha bregado en la intensa y traicionera militancia sindical.
El contraste es evidente en unas elecciones tremendamente polarizadas. Las divisiones y contradicciones del Perú han brotado como el pus de las entrañas del país en un tramo final electoral marcado por el miedo y, en los últimos días, incluso por la histeria. La sierra contra la costa, los pobres contra los ricos, la izquierda más radical contra la derecha más rancia. El comunismo contra el autoritarismo de derecha. Al mismo tiempo, ambas candidaturas venden la quimera de representar la unidad de un país que se ha visto dividido como nunca en dos mitades prácticamente iguales con ideas sobre cómo y hacia dónde dirigir el país diametralmente opuestas.
«Miedo» y miedo
Si Castillo gana, será una victoria conseguida contra viento y marea. Contra la resistencia de las clases dominantes peruanas, y gracias al apoyo de las masas desfavorecidas como las de su natal Cajamarca, uno de los departamentos más pobres del país. Desde que se dio a conocer su triunfo en la primera ronda, el ‘outsider’ ha sido bombardeado sin misericordia en una campaña masiva respaldada por buena parte de las grandes empresas y de los medios. En el fango de la guerra sucia electoral se le ha acusado de «comunista» y se le he vinculado, directa o indirectamente, con el grupo terrorista Sendero Luminoso, un trauma histórico para el país tras el conflicto interno que dejó decenas de miles de muertos en la década de los 80 y comienzos de los 90.
Castillo, sin embargo, también genera miedos justificados. Sus críticos más benévolos fustigan su candidatura improvisada, poblada de contradicciones y de recetas nacionalistas anacrónicas, y miran con miedo a las filas de un partido que se define como «marxista-leninista» y cuyo líder, un barón regional de ideas radicales, está sentenciado por corrupción. Cierto es también que el propio Castillo ha mostrado durante la campaña a menudo su falta de preparación, sus ideas económicas confusas y posturas retrógradas en asuntos sociales. Sus propuestas, como la posibilidad de nacionalizar yacimientos de gas u otros recursos naturales, recuerdan a la hornada de socialistas del siglo XXI que, encabezados por el fallecido Hugo Chávez, trataron —y fracasaron estrepitosamente— en resolver los problemas estructurales de sociedades altamente desiguales.
También ha sido criticado por sus posturas conservadoras en asuntos sociales. Su último patinazo fueron unas espantosas declaraciones sobre los feminicidios en un país azotado por la violencia machista. «El feminicidio es producto de la ociosidad que genera el mismo Estado, la despreocupación y la delincuencia», dijo a periodistas después de un acto de campaña en el sur del país donde ni siquiera parecía comprender el impacto de sus palabras.
Un maestro campesino… ¿un buen presidente?
El impensado ascenso del humilde maestro de escuela rural se explica por la crisis estructural de la política peruana en los últimos años. Pese al ‘boom’ económico en las primeras dos décadas del siglo, el país sudamericano está pagando la factura de no haber hecho las reformas políticas y económicas necesarias durante las vacas gordas.
La falta de un sistema de partidos solvente y el asalto de las instituciones, a menudo por mafias económicas, le estalló en la cara a Perú en el último periodo presidencial, en el que cuatro mandatarios ocuparon el cargo —uno de ellos durante menos de una semana—. Su antecesor disolvió el Parlamento en una jornada turbulenta, meses antes de ser destituido por los congresistas elegidos para sustituir a los anteriores. La crisis, potenciada por la pandemia, desembocó en unos comicios lastrados por la apatía electoral y, finalmente, en la irrupción de Castillo.
De ganar la elección, le aguarda una presidencia compleja en un país que se ha vuelto casi ingobernable en el último lustro. Aunque es la más grande, su bancada está lejos de tener una mayoría propia con 37 de los 130 escaños parlamentarios. Y está, claro, su falta de experiencia política. Algo, en todo caso, que no preocupa por ahora a sus votantes.
Mientras las clases medias limeñas y la burbuja de las redes sociales se tiran de los pelos por las declaraciones polémicas y la irritante improvisación del candidato, en la sierra del país genera confianza justamente su condición de advenedizo. «El pueblo estaba decepcionado de la política», dice Marcial Vásquez en la plaza de Tacabamba, el lugar al que el ex docente volvió para votar el domingo 06, en Cajamarca, lejos de la urbana y fría Lima.
A Pedro Castillo, cuenta otra maestra amiga del candidato, se le solía ver a menudo en su casa del caserío vecino, Chugur, labrando la tierra en sus ratos libres. «Es una persona sencilla», asegura Bersabé Tarrillo. ¿Y no tienen temor a que el maestro cambie tras su llegada al poder, a que se corrompa en la política? «No va a cambiar», dice Marcial Vásquez, convencido.
Isacc Risco – Diario El Confidencial