Veinte argumentos para votar en contra de Keiko Fujimori
- No votaré por el fujimorismo, porque es la reencarnación de un viejo mal de la república peruana, el cesarismo burocrático, el caudillismo popular. Militarista en el XIX, y civil a inicios del siglo XX, con Augusto B. Leguía, el césaro-leguiísmo destruyó el sistema de partidos a lo largo del Oncenio. Volvió reciclado para nutrir el militarismo dictatorial de Odria, durante el Ochenio. Retornó en su versión radical con Velasco y su revolución izquierdista. Finalmente, Alberto Fujimori lo encarnó en grado sumo durante el populismo autocrático de los noventa. Keiko Fujimori pertenece a esta tradición nefasta.
- Alberto Fujimori, fundador y tótem del fujimorismo, languidece en prisión. Montesinos, el gran operador del primer fujimorismo se pudre en la cárcel. Decenas de cuadros fujimoristas cumplen condenas por diversos delitos. Hay un fujimorismo purgante que no será olvidado si Keiko llega a la presidencia. En el dolor, hermanos.
- Keiko Fujimori participó del régimen de su padre, avalando con su presencia los actos ilegítimos y abusivos de su progenitor. Es falso que ella fuese, en aquel tiempo, una especie de princesa rebelde que se opuso frontalmente a la voluntad de Fujimori ocasionando la caída de Montesinos. Keiko medró del Estado y se acostumbró al decoratismo palaciego. Por eso afirma que el gobierno de Alberto Fujimori, fue «el mejor de la historia del Perú». Hay culpa en su pasado.
- Por lo demás, el fujimorismo no pertenece a la cultura política democrática. Salvo en el plano de la democracia directa, tan instrumentalizada por todos los populismos, nada tiene que ver con ella. Su tradición es autoritaria, nace del pacto entre una elite civil que defiende sus privilegios y una cúpula militar que no busca la restauración del Perú, sino la defensa de su poder.
- Keiko Fujimori ha repetido ante el electorado que ella asume el pasivo y el activo del fujimorismo. Pues bien, el pasivo, aunque ella no lo señale abiertamente, camina a su lado en esta campaña. Son varios los jerarcas fujimoristas que participaron del shogunato de los noventa. Ninguno de ellos muestra contrición ni propósito de enmienda.Por el contrario, rompen lanzas, felices y pundonorosos, defendiendo al fundador de su movimiento.
- Es por eso que el fujimorismo, en el poder, procederá como Alan García a lo largo de últimos años. Alan García se ha esforzó en limpiar la imagen de corrupto y demagogo que se ganó a pulso en los ochenta. Los fujimoristas buscarán, sin dejar de lado su defensa del principio de autoridad y seguridad, mostrarse como demócratas formales, adalides de una “democracia fuerte” en la que los partidos políticos continúan representando, para su visión maniquea, a la “derecha empresarial” y al “izquierdismo pro-terrorista”. En ese sentido, como el aprismo histórico, los voceros de Keiko repetirán, ante Humala y los que le temen: «sólo el fujimorismo salvará al Perú».
- El fujimorismo, por autoritario, es proclive a la corrupción. La concentración del poder fomenta la corrupción institucional. Sin rendición de cuentas es fácil instrumentalizar al Estado. Alberto Fujimori convirtió a la burocracia peruana en una extensión de su voluntad. El Estado fujimorista era el bondadoso dispensador de los dones del dictador. El Perú avanzó a costa de la miseria moral.
- Me es imposible apoyar al fujimorismo porque es el producto más acabado del pragmatismo anti-ético. El fujimorismo solo se comprende dentro de la grave crisis moral que atraviesa el Perú, una crisis endémica. El país se ha acostumbrado a la corrupción. Ya en 1914 Víctor Andrés Belaunde en su discurso “La crisis presente” denunció la perversión moral del país como base de todos los males de la república. Razón no le faltaba.
- El ascenso del fujimorismo al gobierno debilita de manera notable la construcción de un frente de centro-derecha abierto, liberal y moderno capaz de convocar a los jóvenes a la acción política. Los políticos y líderes de opinión que no comparten la visión fujimorista de la historia del Perú, deben unirse para hacer la oposición, sin entregarse a los cantos de sirena de un movimiento que jamás ha renunciado a su estrategia de copamiento. Pactar con el fujimorismo es un suicidio moral,y en la práctica, equivale a la postergación indefinida de una opción centrista en el escenario nacional.
- La vida política de Keiko Fujimori es, a todas luces, mediocre. Aunque venza continuamente en el plano electoral, su acción política personal está signada por la ausencia de iniciativa y su incapacidad para delinear grandes proyectos aglutinantes que escapen a la esfera fujimorista.
- Todo esto avala la tesis de que ella es, tan solo, el mascarón de proa de fuerzas ocultas del mercantilismo, más experimentadas en el arte del gobierno. Su padre es su mentor o, como ella dice, su “asesor de lujo”.
- No hay ningún cambio estructural en el plan de gobierno fujimorista. La reactivación de las redes asistenciales genera clientelismo y populismo, pero no elimina del todo el grave problema de la pobreza.
- El concepto de derechos humanos que maneja el fujimorismo es restrictivo. De la misma manera que, en la otra orilla, solo se privilegia el respeto de los derechos humanos del terrorismo (un sesgo evidente), el fujimorismo busca mezclar a las víctimas inocentes de la acción contrasubversiva con los senderistas caídos en combate. La democracia se funda en el respeto de los derechos humanos. Eso distingue a los demócratas de sus enemigos.
- El fujimorismo no es un proyecto geopolítico. No tiene una estrategia internacional. No busca un objetivo concreto.En el plano de la política exterior es esencialmente reactivo. Se deja llevar. No tiene autoridad regional.
- El fujimorismo es potencialmente golpista. Jamás renunciará a su defensa del 5 de abril. Tampoco a su peculiar análisis de la re-re-elección (3 veces). Para el fujimorismo, ciertos hechos históricos se comprenden en el marco de una coyuntura. Los principios democráticos y el derecho se subordinan, en el fujimorismo, a la acción política. Se trata, por tanto, de un maquiavelismo de corte popular.
- No nos engañemos. El fujimorismo no es la guillotina jacobina que destruye a la prensa de un golpe seco. Es peor, mucho peor. Es un virus más letal que el COVID 19, un lento sopor, un veneno que adormece a los medios de comunicación engatusándolos mediante el empleo indiscriminado de recursos y prebendas. En dosis adecuadas de dádivas y carisma, el fujimorismo tendrá a su merced a gran parte de la prensa como hoy la tiene en la actual campaña electoral, temerosos de que regrese la espada chavista. De allí a convertir a los líderes de opinión en geishas, no hay más que un paso. Mucho cuidado. Cruzado el Rubicón naranja, no hay vuelta atrás.
- Además, nunca se ha aclarado del todo el turbio financiamiento de los estudios de Keiko Fujimori en el extranjero, coordinado por Montesinos. No pienso avalar con mi voto el doctorado de Keiko en el gobierno.
- La capacidad de Montesinos de provocar el nerviosismo de los fujimoristas es preocupante. Cuando Vladimiro habla, todos tiemblan. El montesinismo es el pecado original del fujimorismo. Ambos conformaron, hace treinta años, el Jano bifronte de la política peruana. No está nada claro que el voluntarismo montesinista desaparezca del todo en esta nueva etapa del clan Fujimori. Históricamente, todos los autócratas necesitan un Montesinos para sobrevivir.
- No votaré por Keiko Fujimori porque, rodeada de los barones tradicionales del fujimorismo y algunos operadores de Vladimiro Montesinos, apoyar su opción política es legitimar la autocracia de los noventa y el mercantilismo capitalista. Sellar con mi voto un nuevo pacto con el demonio fujimorista es violentar mi conciencia. No puedo hacer eso.
- Me es imposible votar por Keiko Fujimori porque creo que el Perú merece, en una coyuntura perversa como ésta, una oposición fuerte, liberal y solidaria, demócrata y patriota. Los remanentes del castañedismo, las huestes de Toledo y los seguidores de Kuczynski y otros, aunque apoyen el retorno de Fujimori tapándose la nariz, han de organizarse para la oposición si por milagro llega al gobierno. De lo contrario el centro será copado por el fujimorismo y una vez más la posibilidad republicana de regeneración democrática quedará postergada sine die. Oposición o nada. Esa es mi elección y por los argumentos expuestos, no votaré por Keiko Fujimori.
Martín Santiváñez Vivanco – Docente Universitario de la Universidad San Ignacio de Loyola y Doctor en Derecho en la Universidad de Navarra – Artículo de opinión publicado en el Diario El Mundo de España