Sobre la Crisis actual y el Entendimiento de lo Social
La segunda ola de la pandemia COVID-19 con sus variantes genoménicas avanza en el país con notable crudeza y ritmos diferentes, ciertamente, en las regiones y provincias del mapa político nacional. No se sabe ni es posible saber todavía sobre la trayectoria futura precisa de esta pandemia en sus variaciones y afectación porque la ciencia no dispone de todo el conocimiento necesario para ello y, porque, en su fenomenología, el factor clave es el comportamiento social. Un comportamiento de bases heteroestructurales, jerarquizadas y desiguales que imprime marcos diferenciales variados a miles de flujos sociales que discurren en escenarios coincidentes, paralelos y conflictivos en la determinación de una sociedad global, como la nuestra, altamente compleja, enfáticamente compleja para lo cual las teorías y conceptos que hemos venido manejando, hasta el momento, se muestran extraordinariamente limitados y hasta equivocados en muchas cuestiones.
Teorías, conceptos e imaginarios sociales emergidos en circunstancias diferentes a las actuales con normalidades históricas hoy en franca negación distópica, sinceramiento de nuestras profundas desigualdades sociales, fracturas de profundidades abismales y, sobre todo, incapacidad de entendimiento de lo que verdaderamente está ocurriendo en el país y qué hacer en consecuencia. Por años nos habíamos habituado a normalidades-anormalidades manejadas bajo conceptos y sistemas planos y compartidos de Estado, nación, soberanía nacional, política, clases sociales, partidos políticos, revolución, democracia, desarrollo, etc., propios de la modernidad capitalista en su forma central o dependiente (“colonialidad del poder”, “eurocentrismo” en Aníbal Quijano); he hicimos en cada uno de estos espacios lo mejor que se pudo hacer para defender el ordenamiento social vigente desde la derecha política, o confrontarlo, desde la izquierda.
Y lo que se hizo, en esta textura, desde la izquierda hasta los años 80 y parte de los 90, funcionó hasta cierto punto en marcos lineales de largo plazo, doctrinarismos predominantemente talmúdicos, análisis de la situación y determinación de correlaciones de fuerzas con la idea de una “revolución a la vuelta de la esquina” y, en la derecha, de un progreso sin límites motorizado por individuos en un mercado libre de todo control político como en el neoliberalismo. Se vivió en la ilusión de un pensamiento político coherente y aceradamente trascendente adicionado a una realidad que no se la entendió como una realidad en “transformación silenciosa”, profunda e integrada por un sinfín de vasos comunicantes acentuados por la globalización y la revolución tecnológica; apertrechados en la idea y la voluntad de transformar el ordenamiento social con una imagen social catastrofista de pulsión voluntarista, ideología radical y praxis contemporizadora; como también en momentos ex – ante de interacciones estructurales reposadas en espera de que el fruto de la revolución cayera por la madurez de sus méritos endógenos.
En cualquiera de los casos vivimos, sufrimos y morimos en trayectorias subjetivas planas, lineales, abstractas y voluntaristas de discursos articulados con la acción inmediata de sujetos individuales y colectivos desvinculados del todo social, con efectos parciales; muchas veces significativos pero relativos, transitorios y encapsulados en la racionalidad dominante de un sistema capitalista cosificado pero también subjetivado en la “hábitus” del que nos habló Bordieu o en el “micro poder” de Foucault. Mejor dicho, el sujeto revolucionario por esta praxis pudo llegar a la modificación y erradicación de algunos de los árboles del bosque del ordenamiento social negado, pero no a la modificación del bosque mismo. Con la cruda y dramática exposición de la realidad social que hoy vivimos, en toda su geografía, profundidad, fallas geológicas, hendiduras, oquedades y desigualdades, el pensamiento político y otros a los cuales nos habíamos acostumbrado está demostrando enormes limitaciones y fallas estructurales.
Si bien funcionó y pudo funcionar en circunstancias históricas críticas especialmente de la primera y segunda revolución industrial, científica y tecnológica; en las nuevas circunstancias de tercera y cuarta revolución industrial-tecnológica, de nuevas y enormes revulsiones en la totalidad social, ese pensamiento, tal como estuvo en ese tiempo, se muestra hoy desgastado y desfalleciente para alimentar y dar sentido a una praxis transformadora con sentido de totalidad. Se pueden seguir, indudablemente, blandiendo cuerpos o componentes orgánicos metanarrativos en su forma original con tesón, fe y optimismo explosivo pero lo cierto es que nos encontramos trágicamente y cada vez más con hablantes sin oyentes.
Por estas circunstancias históricas a las que hemos sido conducidos por la historia, la realidad se presenta, en consecuencia, extraordinariamente más fluida con entidades maleables y acomodaticias; concurrente y contingente; tan fluida, concurrente y contingente que la teoría tradicional reposada y lenta está incapacitada de aprehenderla en toda su dimensión y complejidad. Una realidad más imprevisible, contradictoria, de intereses plurales, confusa, densa, desrutinizada y angustiante, difícil de seguirla en todo su entramado y contornos con los esquemas de pensamiento tradicionales; peor todavía si nos negamos tozudamente a modificar nuestros hábitos del pensar a los cuales insistimos en acomodar la hirviente objetividad que nos desconcierta a cada momento; y el pensamiento político, en este caso, al distanciarse del objeto social de su interés salva ese distanciamiento con la pura ideología que al no disponer de fundamentos fácticos, se parametriza en una disputa ideológica con otras fuentes de interés ideológico metafísicas, religiosas o de sentido común; perdiendo, así, la narrativa política el dominio cultural que tuvo en oportunidades anteriores donde tuvo la posibilidad de ser hegemónico desde las canteras de la izquierda sin ir muy lejos.
Una de estas circunstancias y posiblemente la de mayor significación en estos momentos, es la de la textura cognoscitiva. El pensamiento ha recrudecido en su fenomenología fragmentaria y de pulsión eternizadora, en momentos en que se necesita todo lo contrario: un pensamiento articulado, denso y complejo. Un pensamiento político en condiciones de aprender y desaprender, de continuidad y discontinuidad, de utopías y distopías, de tradición y modernidad, de certidumbres e incertidumbres. La crisis global que hoy experimentamos nos ha transfigurado, por estas circunstancias, en una Torre de Babel cognoscitiva en todos los campos del pensamiento: científico, económico, cultural, ético y político donde cada quien construye sus propios discursos, verdades, prioridades y propuestas de acción sin hilos de continuidad ni sistemas cognitivos y menos de prácticas sociales convincentes.
Hay verdades para todos los gustos e intereses, por ejemplo, en el comportamiento individual y colectivo de los sujetos sociales en la pandemia COVID-19; en el tratamiento de la infección viral; en el qué hacer para, por lo menos, controlar la expansión de la ponzoña; en el cómo lograr equilibrios razonables entre la economía y la salud; en el cómo articular la campaña electoral con la crisis económica y sanitaria, etc.; en tanto que aumenta la inseguridad y la incertidumbre colectiva; la ausencia de liderazgos personales y colectivos con ética; el incumplimiento de las normas sanitarias; el agotamiento por los prolongados encierros dispuestos por el Ejecutivo y el dolor por la pérdida de miles de fallecidos a nivel nacional por efectos de la pandemia.
En resumidas cuentas, el pensamiento también está en crisis. Las relaciones entre teoría y praxis se han modificado y no se sabe cómo explicar lo que está sucediendo en estos momentos en el mundo y en el país y, en todo caso, las explicaciones son segmentarias, planas, deshilvanadas y encapsuladas; con diferentes trayectorias: unas con espejo retrovisor depositando la mirada en lo que fue, con una lógica de continuidad confirmativa (“lo que dijimos se está confirmando”, “volver al ordenamiento anterior”, “todo lo pasado fue mejor”); y otras con una lógica de discontinuidad disruptiva, con los faros encendidos hacia la mirada larga escapando del pasado y del presente. Y en el centro sin explicación sustancial el tiempo actual de escenarios privados desconectados y sin historia. Un tiempo actual, así visto, de diagnósticos reiterativos, fragmentados, catastrofistas, polarizantes, sin equilibrios programáticos y sin profundidad.
¿Qué hacer para, por lo menos, iniciar un proceso de salida de esta crisis de pensamiento? La respuesta es muy difícil, pero de necesaria asunción y más necesaria todavía desde las canteras de la teoría crítica, la izquierda y el progresismo. Una respuesta que tenga en cuenta lo siguiente:
Desechar cualquier figura de bases gnoseológicas y epistemológicas inconmovibles (intocables, incambiables) de la teoría crítica (marxismo, marxismo-.leninismo, “neomarxismo”, maoísmo, socialdemocracia, “revisionismo”, etc.) y optar por un descentramiento epistemológico guiado por principios y propósitos de transformación social estratégica en continuidad historicista, en cuyo proceso es de mucha importancia la recuperación abierta, analítica y contextual de las narrativas teóricas e ideológicas críticas que se construyeron y conflictuaron a lo largo del siglo XX (Gramsci, Lukács, Althusser, Kosik, Mandel, Lefebvre, Kautsky, Bernstein, Luxemburg, Poulantzas, Harvey, Mariátegui, Sánchez Vázquez, García Linera, Laclau, etc.) así como la temática alrededor de la cual giraron las ideas más importantes en esta época y su proyección hasta la actualidad, con el propósito de construir o reconstruir dialéctica e interdisciplinariamente un sentido de totalidad social (punto nodal del método dialéctico marxista) llámese formación social, bloque histórico, modo de producción, sistema social, etc. donde, superándose la fragmentación cognoscitiva impuesta por el pensamiento positivista y neopositivista dominante, se aprehenda la linfa vital del sistema dominante en su totalidad histórico concreta como epicentro constitutivo y emancipatorio de la subjetividad política revolucionaria, y se descubra al mismo tiempo el universo de relaciones intersubjetivas de la dominación.
Sólo mediante un sentido de totalidad del ordenamiento social capitalista vigente es factible descubrir la morfología subyacente de su historia, desechando las ciencias de “fantasmas” (Marx: “sutilezas metafísicas” “primores teológicos”), edificadas por la academia burguesa y sus think tanks (tanques de pensamiento de la inteligencia de élite pagada por la clase dominante). Un sentido de totalidad donde se recupere la complejidad e historicidad de lo social frente a la simplificación, la fragmentación, la reificación, el fetichismo y el reduccionismo a lo que nos conduce el positivismo y el posmodernismo del capitalismo actual. “En cien años el universo intelectual ha cambiado, e incluso las proposiciones de Marx que no requieren ni revisión ni dilucidación fueron formuladas en un contexto determinado, y muy a menudo en antagonismo con adversarios determinados y hoy olvidados; y en nuestro nuevo contexto, y ante objeciones nuevas – y tal vez más sutiles-, estas proposiciones han de ser totalmente repensadas y formuladas de nuevo. Éste es un problema histórico conocido. Cada cosa ha de ser repensada otra vez; cada término ha de ser sometido a nuevos exámenes”
Luis Vilcatoma Salas – Doctor en Educación y Docente Universitario